Era una visita relámpago a los Alpes, casi como siempre, y por eso elegimos la Barre des Ecrins, cuatro mil muy interesante, y sobre todo el más próximo a casa.
Aunque el día de aproximación parecía que se estaba arreglando el tiempo a mejor, una vez en el refugio la cosa fué a peor.
Al igual que la treintena de montañeros que ocupábamos el refugio, no renunciamos al intento, por más que la constante lluvia y las ráfagas nocturnas no auguraban nada bueno. Algún grupo que disponía de más días ni siquiera se levantó de la litera y posiblemente, acertaron. A las 4 de la madrugada nos dirigimos todos hacia el collado entre la Barre y el Dom, y a medida que cada grupo se aproximaba al collado el fuerte viento y la nula visibilidad obligaba a darse la vuelta, y por supuesto no fuimos una excepción. A las 12 del mediodía estábamos de nuevo en el valle a 1600 m, nos fuimos a descansar al camping y a preparar la actividad del día siguiente.
Nos levantamos pronto, ya que queríamos volver a casa después de disfrutar de una de las ferratas más completas que ofrece, entre multitud de actividades, el Parque Nacional des Ecrins.
El recorrido «negro» de las ferratas de le Gorges de Durance no te deja indiferente, a tramos crees estar escalando, ya que te obligan, y se pueden aprovechar los agarres naturales para progresar.
La Barre, al igual que otras que se nos están resistiendo al paso de los años y de los intentos, seguirá estando allí. Manu Renau, Jose Zapata y Arturo Lillo.